Cruel Kitsch. Review of The Act of Killing (2012)
by Consuelo Laclaustra
Salomon (1991) states that as well as there is a truth, we can find its counterpart, what is false. That being said, he believes that in order for good taste to exist there is also the aberration, in some cases, of bad taste in aesthetics. Bad taste, he continues, is the “no eye” for composition and color, however there is another side, an ethical dimension where there is a “depiction of the forbidden, the blasphemous, the vulgar expression of the inexpressible, the provocation of the improper and cruelty” (1). The root of kitsch culture comes from this sense of decadence proper of a culture with no boundaries, and no wonder why is “bad-taste” what portraits the horror of the plot in The Act of Killing. The documentary, directed by Joshua Oppenheimer, tells the story of Anwar, the founder of the right-wing paramilitary organization Pancasila in Indonesia, who in 1965 became the head of the anti-communist movement, responsible of killing thousands of civilians with his bare hands. Oppenheimer faces Anwar and his friends, and encourages them to tell us their story in any way they want. Anwar chooses to do a movie. From beginning to end, the documentary seems an unrealistic dream of a culture long dead and so distant from ours. Oppenheimer shows us a military group obsessed with pop culture and with the need of presenting a gory and inexistent profile of an obsolete group hidden by fear. The use of talk shows similar to those of the 80´s, drag queens, idyllic landings and right-wing gangsters makes us wonder on the words by Salomon. The images of the wires used to kill mixed with cowboys and the western culture, plus the conversations filled with the horror of the rapes and pedophile acts, referred as “better times” caused what kitsch culture did at the beginning: repulsion and sickness. The spectator does not only feel rejection but remains in a state of shock throughout the development of the story. It seems that nowadays pop culture and mass information does not amuses the individual, however the human being whenever he or she has to face the absurd with the cruel, becomes almost immediately a reflective entity, and the laughter of the audience is no longer caused by the absurd but by the impossibility of believing that such things can happen in the XXIst century. The Act of Killing proves that cruelty can find different forms, and that “bad-taste” is not only present in the aesthetic composition, but in the ontological matter of men.
Robert C. Salomon, The Journal of Aesthetics and Art Criticism, On Kitsch and Sentimentality, Vol. 49, No. 1 (Winter, 1991), pp. 1-14
Gris, querido amigo, es toda teoría
por Oscar Hahn
Uno de los signos evidentes del empobrecimiento de la literatura de creación es el auge de lo que podríamos llamar “la teoritis aguditis”. En el campo de los estudios especializados hay un puñado de teóricos de gran nivel y cientos de seudo teóricos. Roland Barthes, uno de los que valen, hablaba de los “efectos de realidad” en la narrativa. Son aquellos detalles triviales, sacados de la experiencia diaria, que el narrador incluye para que el lector tenga la ilusión de que el mundo real palpita en el texto. Siguiendo a Barthes, también se podría hablar de los “efectos de teoricidad”. Es decir, del uso de cierta jerga técnica y de formulaciones herméticas que quieren dar la ilusión de profundidad y que después de algunos meses ni siquiera el autor las entiende.
Hace ya su buen tiempo que algunos teóricos autodesignados se empecinan en producir un discurso paralelo a la creación literaria, no para tratar de pensar la literatura, sino para competir con ella. En muchas universidades el discurso teorizante ha llegado a substituir a los poemas, cuentos o novelas, como si la finalidad de la literatura fuera estar al servicio de las teorías. Ahora bien, extrapolada a la Enseñanza Media, esta actitud es preocupante. No creo que un alumno secundario, al cual se le pide que describa los actantes, la bivocalidad y los cronotropos en una determinada obra se vaya a sentir muy estimulado a persistir en la lectura. El objetivo de las clases de literatura en la educación secundaria no es producir ni teóricos ni expertos en letras, sino clara y simplemente despertar en los estudiantes el amor a los libros, para ampliar y enriquecer su lenguaje, su imaginación y su visión del mundo, sin perjuicio de que el profesor emplee, juiciosamente, algunos métodos de análisis elemental.
Un gran teórico nuestro, Félix Martínez Bonati, dice: “El modelo científico del conocimiento no puede aplicarse a los estudios humanísticos sino limitadamente”. El culto ciego a las ciencias, a la lingüística, e incluso a las matemáticas como paradigmas, ha redundado en que los estudios literarios se fueran alejando cada vez más de una perspectiva humanista de la cultura. Esa perspectiva está presente en ensayos como los de Jorge Luis Borges, Octavio Paz, Joseph Brodsky o J. M. Coetzee, escritos en una prosa inteligente, rigurosa, ágil e imaginativa. Sólo que para escribir ensayos se necesita verdadero talento, del cual carecen muchos fabricantes de “papers”, redactados en una prosa deplorable y llenos de obviedades encubiertas con tecnicismos y jerigonzas. Nadie puede estar en contra del rigor en los estudios literarios ni ignorar que hay trabajos inevitablemente difíciles, dada la complejidad del objeto estudiado, pero cosa muy distinta es la proliferación de textos gratuitamente ilegibles y que no aportan nada al conocimiento de la literatura.
En una carta al médico suizo Medard Boss, un amigo suyo opina lo siguiente sobre los Escritos del psiquiatra Jacques Lacan, uno de los teóricos más citados: “Sin duda habrá recibido también el mamotreto de Lacan. Personalmente, hasta ahora no pude obtener nada en absoluto de este obviamente extraño texto”. Y agrega después: “Me parece que el psiquiatra necesita un psiquiatra”. El amigo de Boss era el filósofo Martin Heidegger. Y en una entrevista realizada en el Laboratorio de Antropologia Social de París, Edmundo Magaña le pregunta a Claude Lévy-Strauss: “¿Qué piensa usted de las contribuciones de Derrida?”. A lo que el padre del estructuralismo responde: “No lo comprendo. Su manera de escribir y su manera de pensar me son extrañas”. Heidegger y Lévy-Strauss, ¿con problemas de comprensión de lectura?
Yo no sería tan severo con Lacan y Derrida, eso sí, porque una vez que uno descifra algunos fragmentos crípticos, en sus trabajos hay propuestas muy originales para el desarrollo del pensamiento posmoderno y para el examen de textos. Pero que sus libros están plagados de hermetismos innecesarios, lo están. No por nada Tomás Segovia, el mismísimo traductor de Lacan al español, me dijo hace unos años: “No sé por qué este caballero no escribirá más claro”.
“Gris, querido amigo, es toda teoría, y verde el árbol dorado de la vida”, dice Goethe en el Fausto, por boca de Mefistófeles. El problema es que en estos últimos años y en muchas disciplinas, la teoría ha pasado del gris al castaño oscuro.
Del libro Pequeña biblioteca nocturna. Notas literarias. Fondo de Cultura Económica, México-Santiago, 2013.
"El documental de la generación postdictadura y su mirada al pasado"
¿Cómo mirar hacia el pasado, hacia la generación de nuestros padres y abuelos, después del Trauma? La lectura de la profesora Bernardita Llanos, Directora del Departamento de Lenguas Modernas y Literatura, Loyola University of Chicago, invita a reflexionar sobre las maneras en que las generaciones posteriores a la dictadura de Pinochet construyen su historia nacional y personal.
Así, la profesora revisa la tendencia de los cineastas jóvenes hacia el documental subjetivo, específicamente, en las obras "El edificio de los chilenos" y "Mi vida con Carlos." La memoria en ambos documentales surge desde una mirada globalizada, nomádica y diaspórica.